Estaba contento. Era la felicidad andando en dos ruedas. Por fin tenía un medio de locomoción. Se habían acabado los días de colectivos que no pasaban nunca, de sueldos que se iban en taxis, de manguear a amigos motorizados para que lo alcancen. En suma, se habían acabado los tristes días de peatón y habían llegado los días de la tan anhelada independencia. Ahora comprendía la satisfacción que debieron sentir los patriotas ese 25 de mayo, porque él la estaba experimentando en carne propia.
Salió de su casa más temprano que de costumbre. Antes de ir a trabajar quería aprovechar su nuevo estado de movilidad para desviarse hacia la playa y disfrutar del amanecer reflejado en el mar y de la brisa oceánica recorriendo su rostro. Mientras transitaba por las calles, rondaba en su cabeza cuánto había dudado antes de adquirir ese vehículo. Pensaba en todo lo que se venía perdiendo por culpa de su indecisión: transporte a cualquier hora, paseos espontáneos, en fin, un mundo repleto de nuevas sensaciones y, además, sin dañar la capa de ozono.
La brisa aumentaba su intensidad, señal de que iba acercándose a la inmensidad del mar, en el mismo momento en que fulguraban los primeros rayos del sol. Solo una calle en pronunciada pendiente lo separaba de la playa. Decidió atravesarla con los ojos cerrados, lo que le permitiría disfrutar mejor de la adrenalina y provocaría que la brisa se convirtiera en en un viento más fuerte y más placentero aún.
Mientras tanto, comenzaba la época en que las simpáticas ballenas francas migraban hacia el Atlántico. Uno de estos imponentes y adorables mamíferos se encontraba cerca de la playa disfrutando de los primeros albores del día. Asomaba su hocico sobre la superficie y permanecía quieta con los ojos cerrados, quizá para atraer mucha más apacibilidad a su asentamiento en esa zona marítima. Apacibilidad y serenidad son los principales atributos de estas criaturas, las más buenas y maravillosas que pueden existir sobre la faz del planeta. Tan cómodo se estaba sintiendo este noble animal que, desde el fondo de sus entrañas, nació un fuerte bostezo que le obligó a abrir sus fauces de una manera abismal.
¿Puede creerse que en ese mismo instante un bólido conducido por una persona pasó surcando el aire (quizá producto de un tropezón) y fue a parar dentro de la gran boca abierta de la ballena? El conductor pasó de largo y se hundió en el tracto digestivo del animal. En cambio, el vehículo quedó incrustado en una de sus muelas; nuestra amiga mordió la rueda izquierda, donde se hallaba el circuito eléctrico que daba locomoción al aparato. Este impacto generó un cortocircuito que produjo una descarga eléctrica que achicharró a la ballena hasta transformarla en un pedazo de carbón de 150 toneladas.
Señor lector de este folleto. ¿Sabía usted que, cada año, 9 de cada 33 ballenas francas mueren producto de accidentes provocados por monopatines eléctricos? Dígale no a estos artefactos sumamente peligrosos para el ecosistema. Por el bienestar del planeta, elija vehículos a combustión. Es un mensaje de Greenpeace.
*Nahuel Siandro nació en la ciudad de Alta Gracia, Córdoba, Argentina, allá por el año 1996. Viajero infatigable y conocedor de muchas otras latitudes del mundo, entre ellas, Alta Gracia, Córdoba. Amante de la literatura y el humor, con sus cuentos intenta conjugar las dos cosas con relativo éxito (o relativo fracaso, depende de cómo se lo mire). Tiene un solo libro, De intelectuales, patriotas y calzones, donde ha publicado siete relatos breves. Entre sus otras inquietudes y aficiones se encuentran la música, el folklore, la murga, las lenguas y el guiso de lentejas.
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