viernes, 4 de julio de 2025
“Notas sobre pedagogí” relato de Richard Eduardo Hayek Pedraza
jueves, 3 de julio de 2025
"Lirio fiel" poemas de Camila Belén Aguilera Ramos
se tornan cristalinos al mirarte.
Y en mis pupilas, dulces y bellas,
se esconde el grito mudo de abrazarte.
Mis cejas, en suplicio delicado,
se alzan como quien ruega en voz callada;
mi alma, por tu sombra acariciada,
pide no ser más por ti ignorada.
Cuando tu mano roza mi mejilla,
quisiera que ese instante se alargara,
que fuese abrigo, nido, no semilla
que toca el alma y luego se separa.
No anhelo un gesto leve y pasajero,
sino quedarme quieta en tu tibieza,
como quien halla, al fin, sin más sendero,
refugio en una mano con firmeza.
Y al rozar con tus dedos mi nariz,
justo en mi lunar, tan inadvertido,
todo en mí se serena y soy raíz,
y el mundo se disuelve en su sonido.
Buscas mi abrigo a veces, y en mi hombro
reclinas tu cabeza sin aviso;
mas luego te retiras como asombro,
dejando atrás el sueño y su hechizo.
Tus manos, frente a frente con las mías,
recuerdan besos que no se dijeron;
no fueron labios, no, ni melodías,
pero igual parecieron y dolieron.
Ojos que no son míos… ¿algún día
me mirarás sin huir de mi presencia?
Aún sigo aquí, serena en la agonía
de quien espera,
sin perder la esencia.
por manos que vestían sombra cercana,
y mancharon mis pétalos aún cerrados
con tinta negra, muda, inhumana.
Me sentí carne expuesta entre maleza,
agua clara para un roble envejecido;
yo era pequeña, sin voz, sin certeza,
mi cuerpo callaba, mi alma había huido.
Guardé el recuerdo tras un velo espeso,
como un payaso que salta en lo prohibido;
y un día, ya en la vida de regreso,
brotó sin aviso, sin ser bienvenido.
Algunas hojas nunca reverdecen,
se secan, y en su ocaso duermen quietas.
Hay cosas que los años no deshacen,
ni el sol ni el tiempo tornan completas.
Y aunque intento contar lo que me duele,
el mundo duda o gira la mirada.
Mas mi raíz, aún rota, aún se sostiene
y florece, aunque sea desgarrada.
dejándome un chaleco por abrigo;
y el mundo se volvió, sin su sonrisa,
un cuarto con la luz bajo el castigo.
Tenía dieciséis y el alma rota,
miraba la ventana sin aliento,
y el eco de su risa —ya remota—
caía como polvo en mi pensamiento.
Lloraba en las noches, en su lana,
buscando su perfume entre la bruma;
preguntándome —niña tan temprana—
quién vendría ahora a verme tras la luna.
Ella, que nunca tuvo un campo amable,
ni madre que le diga “aquí te espero”;
vivió entre manos frías, sin respaldo,
soñando el corazón que no fue suyo entero.
Y a veces me pregunto si supiste
lo que era el amor —si fue bastante—,
si entre el dolor que siempre te vestiste
al menos una flor tocó tu guante.
Tampoco yo sentí un hogar conmigo
después de tu partida silenciosa;
me fui, como una flor sin su rocío,
con la raíz quebrada, temblorosa.
Y cuando miro al cielo en esta herida,
no busco la luna como el resto;
yo miro a las estrellas escondidas,
esperando encontrar tu parpadeo honesto.
Porque sé que vives donde no sangra,
donde el frío no toca ni maltrata;
allí donde tu alma ya no carga
la pena de la infancia que arrebata.
miércoles, 2 de julio de 2025
"Desapariciones" poemas de Andrés Felipe Gil Álvarez
Según se puede observar
cada vez que cae el sol
una persona se pierde.
bajo qué techo reposa
bajo qué tierra, o qué río.
o su pobre humanidad,
desde qué selva, o desierto.
que sus huesos se esfumaron
entre qué maderas fue
que su piel se hizo cenizas.
en qué lágrima, o sollozo
de una madre desolada
reaparece su recuerdo.
ave que se esfuma
con el viento.
formada de arena
y espesura.
negrura profunda de la noche,
tierra movediza de los pasos,
cuerpo incinerado de los muertos.
follaje de cuervos
y de sombras.
flotan los recuerdos esparcidos.
la muerte te acecha;
morir es el riesgo de estar vivo.
buscando hurtar tu sonrisa.
pese al peligro
y a la lucha interna que libras.
con las piernas rotas de cansancio.
hay un padre ansioso que resiste;
sus hijos ignoran sus esfuerzos,
jugando al amor, sin experiencia.
demonios pululan los adentros;
defiendes con garras y con dientes,
burlando otra vez a la locura.
La muerte es un heraldo
que te acecha.
lunes, 30 de junio de 2025
"Colores de la ciudad" serigrafías de Manuel Oreste Suárez.
A participado en diversas exposiciones individuales y colectivas a nivel nacional (Miranda, Carabobo, Barinas, Lara, Mérida, Aragua, La Guaira y D.C) e internacionales (EE.UU, Chile, Argentina, España, Italia, Iraq, Brasil, Uruguay, México, Bolivia, Chile, Perú y Colombia), de forma presencial y virtual. Representado actualmente en diversas instituciones, galerías y museos a nivel nacional e internacionalmente, así como en colecciones privadas.
viernes, 27 de junio de 2025
"Nunca dijeron adiós" relatos de Miriam Rodriguez Roa
Era el principio del siglo XX.
Y en un lugar donde el llano se pierde en el horizonte, Julio Rogé se dedicaba a comprar, almacenar y vender los cereales producidos por los agricultores de la región. Negociaba precios con los productores y los compradores y transportaba los granos a los puertos.
Su integridad y su ética lo habían hecho merecedor del respeto tanto de unos como de otros.
Por su posición social, económica y la preparación académica, se podía decir que era un privilegiado. Pero la humildad y generosidad que lo caracterizaban habían hecho que don Rogé, como lo llamaban, gozara de alta estima entre todos.
Esta manera de actuar, sin dejarse influir por las presiones, ubicado y cercano, le permitió amoldarse cuando le tocaron las mal dadas.
Las fluctuaciones del mercado y los extensos períodos de sequía que afectaron la calidad y cantidad de la cosecha lo obligaron a andar y cambiar de campos. Terrenos que fueron disminuyendo en hectáreas y producción conforme pasaba el tiempo.
Cada mudanza suponía un nuevo duelo. Pero le enseñaron a valorar lo que tenía, a soltar y abrirse a nuevas posibilidades. Y esto mismo supo transmitírselo a sus pequeños hijos. Quienes crecieron sabiendo aceptar las pérdidas, entendiendo que las despedidas no son el final, sino el principio de algo nuevo.
Su inquebrantable carácter, la rectitud y nobleza de sus actos, el no quedarse atrapado en el pasado, no hacer gala de este ni negar la realidad, le valieron a él y su familia, ser muy bien recibidos allí donde fueran.
Alba era la más pequeña de sus niñas. Nadie podía siquiera suponer que Julio no amaba a todos sus hijos por igual. Pero, sin dudas, ella era su ojito derecho. De cabellos dorados, casi etérea y con una profunda mirada teñida de color verde intenso, era un calco de su madre, pero su andar y proceder eran los de su padre. Dejarla hablar era dar por hecho que bien podría llamarse Julia.
La pequeña Rogé, lo admiraba y él no podía disimular su debilidad por ella, por eso no perdían ocasión para estar juntos.
Se camuflaba entre el trigal, hasta encontrar a su papá y quedarse acompañándolo mientras trabajaba.
Muchas veces, sin importarle el roce áspero de la arpillera contra su piel, trepaba por las bolsas repletas de granos mientras él las apilaba, y le encantaba correr tras las carretas que las llevaban hasta los furgones del tren.
Y por las noches, se escapaba de su cama y se acercaba sigilosamente hasta la sala, para verlo leer o escribir esas largas cartas que nunca supo muy bien a quien enviaba. Le fascinaba esa tenue llama de la lámpara, que parecía encerrar en un cono luminoso y casi mágico, esos instantes que no quería olvidar.
Como en un soplo de suave brisa, casi sin pensarlo, Alba dejó de ser niña.
Las charlas entre padre e hija eran interminables y las discusiones las hacían más que interesantes. Ambos pensaban igual, pero llevaban sus opiniones por distintos carriles, para terminar, siempre coincidiendo en la conclusión y riendo de sus propios intercambios de palabras.
Ya no escalaba sacos. Ahora prefería subirse a un par de tacones y vestir de seda para acudir a los bailes del pueblo.
Y en una de esas reuniones conoció a un joven que logró que Alba ya no tuviera tan presente a su padre.
Los dos tenían la misma edad. Primero fue amistad, luego noviazgo formal. Y fue entonces cuando, con la promesa de volver a buscarla, él decidió marcharse a la gran ciudad en busca de un futuro mejor.
Ahora era Julio, quien se asomaba por las noches, para verla escribir, él si sabía a quien iban dirigidas esas cartas. Y también conocía el remitente de las que ella leía una y otra vez. El temor de ver sufrir a su hija lo llevó a desalentarla sumando fichas de que distancia y amores nunca prosperan.
No alejó a su hija, el vínculo entre ellos era indestructible, pero consiguió quebrar el idilio que existía.
Alba escuchaba cada palabra con dolor, pero se aferraba firmemente a la ilusión. Y no se equivocaba. El dueño de su corazón regresó a cumplir su promesa.
Los tiempos de acopiador habían terminado. El “don Rogé” seguía sonando fuerte, pero ya se sentía cansado. Sus hijos estaban grandes y lo iban necesitando menos.
Mientras la casa se alborotaba al ritmo de la boda, él se retraía. Leía mucho, sentía más. Le daba paz ver tan feliz a Alba, pero, por otro lado, no soportaba la idea de que se fuera tan lejos. Presentía que se quedaba sin tiempo para disfrutar a su hija.
La vio vestida de novia, se emocionó como nunca lo había hecho y después del brindis se retiró a la francesa.
Cuando los novios se fueron nadie lo vio. La madre la abrazó intensamente y los hermanos los acompañaron a la estación.
En el andén hubo bullicio, risas nerviosas, besos y más abrazos.
El tren se fue alejando y Alba, asomada por la ventanilla, con los ojos cada vez más húmedos, entre las figuras cada vez más pequeñas de los familiares, busco la de su padre, pero nunca la encontró.
Y en ese mismo momento, en la penumbra de su habitación cerrada, Julio lloraba desconsoladamente. El hombre que todo lo había soportado no pudo gestionar esta despedida y supo que ya quedaba muy poco tiempo.
Alba regresaba cada verano, pero los días parecían no ser suficientes.
Julio se durmió para siempre el sexto otoño después de la boda.
Alba Rogé comprendió como nunca lo que su padre le había enseñado. Hay que llorar lo que se fue, pero también sonreír por lo que queda.
A ella le quedaba el infinito y eterno amor, la bendición de haber tenido el mejor de los padres.
Tal vez fueron alas de un mismo ángel, por eso nunca se dijeron adiós.
*Miriam Susana Rodríguez, argentina, es auxiliar psicoterapéutica y se dedica a facilitar procesos de labor y arteterapia. Ha desarrollado su trabajo en hogares de ancianos, talleres protegidos y consultorios de rehabilitación. Actualmente, su labor se centra en el ámbito educativo, donde realiza talleres artístico-literarios en el nivel inicial. Desde siempre le ha gustado escribir. En los últimos años ha publicado en blogs y revistas literarias. Su relato Guarda la lumbre a tu lado forma parte de El arte de ser: Mujer, arte y discapacidad, una obra literaria que reúne textos y obras pictóricas de mujeres de Cuba, Ecuador, México y Argentina.