Leer poesía es enhebrar una aguja
con la lengua y que el verso la atraviese
mostrando el blanco sedal de la palabra
sin que la presa ya huida
te ponga en fuga.
Escribir poesía es enhebrar la aguja,
saber que la presa ha roto el sedal
y, todavía atravesada la lengua,
sentir que ha quedado uncida
al corazón, al estómago, al hígado,
Al intestino grueso
y presumir por formar parte
de esa cordada de presos
cada vez más tensa.
El poema queda escrito.
Puedes sacar la lengua
finalizado el espectáculo
y no esperar aplauso.
Abuela Ignacia
Tu casa, tu torre
se hunde en escenarios
de laberinto
a los ojos de un niño cojo
errante entre tazones
de achicoria caliente
y maíz tostado un mediodía calcinado
frente a la carretera.
Sueñas todavía con sentarte en las escaleras
de tu portal a desgranar habas
y ofrecérmelas,
primer fruto de esa tierra,
siempre ambicionada
y siempre perdida
para tu presente
y disputada en el futuro.
Tus horas cesaron, Ignacia,
es tu nieto cojo quien te nombra.
Lamberto
Creías poder, en las madrugadas,
abrir las puertas con cigarros puros farias,
en vez de las llaves que olvidaste
en las botellas tintas,
donde sumergiste casa y cosechas.
Tanto tinto vio todo en los treintas
que necesitaste mucho tiento
con las nuevas autoridades rojigualdas.
Te esforzabas inútilmente, Lamberto:
Ya no había puertas,
tú las habías derribado
y las ratas roído los estantes.
Te calentaste al calor de sillas y mesas,
de armarios y cómodas
Sólo necesitabas una botella
donde sentarte a consumir tus horas.
No temas decir
que la roja y la gualda
no era tu bandera.
Las tuyas son tintas y rosadas
y te las bebiste
en una fría madrugada.
*Fernando Ledesma Delgado. Licenciado en Historia. Fundador y editor de la revista literaria "poetaria” (1988-1991)
Enhorabuena!
ResponderEliminar